Mis primeros errores como dramaturga
Si te estás planteando escribir una obra es porque hay algo que quieres contar, algo que necesitas plasmar con tus propias imágenes y palabras para compartir con otros.
Y esto que parece una obviedad, suele ser un gran primer bloqueo. Yo lo llamo no tomar la voz de la autora o autor.
Hay muchísimas personas que hacen teatro o que forman parte de las artes escénicas y nunca se plantean escribir su propia historia.
Disfrutan de la interpretación y de la colaboración, y es maravilloso. Sin embargo, algunas de nosotras tenemos el deseo de tomar el rol creador y perdemos mucho tiempo (incluso años) porque asumirlo nos pone en un compromiso.
Yo tenía el deseo de escribir teatro desde muy joven pero no me animaba a dar el paso. No confiaba en mi propia voz de autora, y cuando finalmente lo hice, escribí mi primera obra, Soñar despierto es la realidad, que además ganó un concurso y se estrenó con muy buenas repercusiones en Buenos Aires, en 2012.
Así que lo primero es enfrentarnos al propio deseo, asumirlo y darle espacio: queremos contar una historia y necesitamos hacerlo con nuestras propias palabras.
Mi segundo error
Antes lanzarme a escribir, yo tenía formación en artes escénicas e ideas. Tomaba algunas notas tímidas o planteaba hipótesis, pero no les daba ningún valor.
La verdad es que no confiaba en mi propio discurso. La idea que tenía del dramaturgo, los textos que leía y las obras que admiraba estaban lejos de lo que a mí se me ocurría.
Tenía totalmente idealizado el rol del autor y pensaba que yo no podía ocupar ese lugar.
No veía de qué manera todas esas notas que se iban acumulando tomarían alguna vez la forma de una obra.
Hasta que no detecté ese problema, no logré tomar la voz de la autora y darme el espacio para desarrollar mis historias.
Y aquí está el segundo error: las obras no nacen terminadas.
Descartaba esas primeras notas porque me parecían insuficientes, pero nunca trabajaba sobre ellas para hacerlas crecer.
Es algo bastante habitual, ¿te ha pasado?
También tiene que ver con un gran mito que acarreamos respecto de la creación en tanto suceso mágico: la inspiración aparece -sin saber cómo- y ¡tachán! aparece la gran obra maestra.
Ahora sé que la inspiración y esa zona mágica de la creación existen, pero si no aprendes a profundizar sobre esos momentos fugaces, nunca construyes una obra.
El proceso de construcción de una obra bebe tanto de una instancia caótica, subjetiva e intuitiva como de otra que piensa y estructura el relato.